sábado, 10 de diciembre de 2016
CASTILLO ALCAZAR DE HIJAR. Autor: Juan Guillen Buzaran, en el año 1840.
Estiéndese el pueblo de Hijar, en la deliciosa y florida rivera del rio Martin, en la provincia de Teruel, y entre las curiosas antigüedades que contiene, cual son los vestigios de sus nueve torres, los cuatro arcos llamados vulgarmente de San Blas, del Puente, de la Virgen de Arcos, y de San Antonio Abad, y su vieja iglesia parroquial, cuyo origen se pierde en la oscuridad de los tiempos, se cuenta también como monumento de antigüedad y grandeza, el celebre alcázar que se cree fue en un tiempo palacio del rey D. Jaime I de Aragón y después ostentoso domicilio de los Duques de esta villa.
Hállase situado en una ancha y espaciosa explanada que en forma de plaza tiene la villa en la parte más elevada de la eminencia en cuyo declive está situada. Cercan a esta plaza fragmentos ruinosos de antiguos y fuertes muros que con sus torreones y almenas existieron en aquel sitio, y aún estreno de él y en el lugar mas cómodo y vistoso se levanta el antiquísimo y deteriorado alcázar cuya primorosa estructura interior pudimos admirar solo en los bellos y desordenados restos de su pasado esplendor.
Entrando por su puerta principal se ve desde luego, un patio cuadrado y ancho formado por los espaciosos ándales bajos y la alta galería, aquellos y esta con fuertes y hermosas columnas de mármol que contienen la trabajada techumbre. Para subir a la galería que da entrada al interior del edificio, se encuentra a mano derecha una cómoda y ancha escalera fabricada de piedra, con sus viejas paredes llenas de pinturas de gusto e inteligencia, muchas de ellas ya casi borradas por el transcurso de los años. La galería principal a que esta escalera conduce, tiene una construcción gótica tan primorosa y esmerada que a pesar de los ultrajes del tiempo y el abandono ruinoso en que se encuentra todo el edificio, ella ostenta con majestad y grandeza su noble origen y antigüedad. Contiene escudos, pilares, bajos relieves, cornisas y otros bellos adornos tan oportunamente distribuidos que la vista se recrea en ellos a pesar del injurioso velo que los cubre. Por esta galería se va al grande salón que pertenece al frente principal del alcázar. Este salón contiene además de los primores y bellezas de su estructura, miserables restos de los adornos con que fue en un tiempo vestido y cuya opulencia según el dicho de las gentes del país, excitaba la admiración de los viajeros.
Esto es solamente lo que pudimos recorrer del ruinoso alcázar, pues lo restante del edificio, que son grandes y desnudas habitaciones de su dependencia, estaban en tan mal estado de seguridad que se nos prohibió entrar en ellas por nuestro conductor, por el peligro inminente de perecer entre sus ruinas como a algunos desgraciados investigadores les habrá sucedido. Escuchemos dóciles tal advertencia y deteniéndonos en el umbral de aquellas sombrías y silenciosas habitaciones contemplamos grande rato con amargura, en su perpectiva, miserable y aterradora el éxito desdichado de las grandezas humanas. Aquí hubo príncipes en un tiempo nos decíamos a nosotros mismos y hubo con ellos brillante corte, placeres, ostentación y grandeza. Estos solitarios espacios estarían entonces con la reunión de sus habitantes llenos de vida y de juventud, y bajo estos viejos techos se abrigarían las quimeras de la ambición, el orgullo de la opulencia, los interés del estado, el fuego de las pasiones y los sueños seductores de la felicidad y el amor, ¿ y que se ha hecho todo esto ?, ¿ donde están los los anhelados gozes de aquella dicha ? ¿ Los adorados objetos de aquella fortuna ?, ¿ la salud y el contento de aquella feliz existencia ?... Ah, funesta realidad, han desaparecido ; el tiempo los ha arrebatodo en su curso veloz y dsetructor y de aquella edad afortunada y gloriosa apenas quedan, en estos ruinosos vestigios , confusos recuerdos de su pasado ser y prosperidad… ¡ Terrible porvenir!... A semejante consideración se abisma el alma, se entristece el corazón, se entibia el anhelo de los placeres, se disipa el humano orgullo y se reconoce el hombre sensato y pensador su inferioridad y miseria.
Después que salimos de aquella mansión tétrica y arruinada tuvimos ocasión de saber que el principal origen del triste estado en que se hallaba, era el abandono y descuido con que, hacia años, era mirada por los que tenían el encargo a sus reparos, que los ancianos del pueblo de Hijar la habían conocido aún bajo un pie de lucimiento y magnificiencia que encantaba y que los muebles y ricos adornos de sus habitaciones habían ido paulatinamente desapareciendo. Supimos también que tenia este alcázar grandes y dilatados subterráneos ( de los cuales quedan todavía señales ), que se estendian hasta la orilla del rio Martin, por donde es fama que los sirvientes de los príncipes y los duques subían el agua a palacio.
Viniendo a Hijar, desde la parte del pueblo de Andorra, se ve perfectamente por su espalda el aspecto magestuoso de este antiguo alcazar que con numero de consideraciones de vistosas y enrrejadas ventanas mira la deliciosa margen del rio.
Posteriormente al reconocimiento que hemos descrito el alcázar se hundió por algunas de sus partes y fue casi totalmente derruido en atención a su mal estado de seguridad y a varias desgracias ocurridas.
Autor : Juan Guillen Buzaran.
Año 1840.
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