miércoles, 21 de mayo de 2014
BIOGRAFIA DE DON RODRIGO SARMIENTO DE SILVA DE VILLANDRADO Y DE LA CERDA, DUQUE DE HIJAR . ( 1600 - 1664 . )
Era Rodrigo hijo de Diego de Silva y Mendoza, duque de Francavilla, conde de Salinas y Ribadeo y marqués de Alenquer, virrey (1617-1621) y presidente del Consejo de Portugal, y de Mariana Sarmiento de Villandrando de la Cerda, condesa propietaria de Salinas y Ribadeo. Esta dama era la tercera esposa de Diego y su cuñada, por ser hermana de su segunda esposa, Ana Sarmiento, condesa de Salinas y Ribadeo, fallecida sin sucesión en 1595. Rodrigo era nieto a su vez, por línea paterna, de los príncipes de Éboli, Ruy Gómez de Silva y Ana de Mendoza y de la Cerda. El nacimiento del futuro duque de Híjar tuvo lugar entre marzo y abril de 1600 en la Corte de Madrid. Desde el momento de su nacimiento fue el heredero de los títulos de sus progenitores al haberse producido el óbito de su hermano Pedro, habido del segundo matrimonio de su padre.
El conde de Salinas, como era más conocido Diego de Silva, fue un reconocido poeta y erudito, hombre de gran cultura, bien considerado y circunscrito al círculo político del duque de Uceda. La caída del segundo valido de Felipe III a finales de marzo de 1621 conllevó para el conde el abandono de su cargo como virrey y capitán general de Portugal. El flamante valido de Felipe IV, el conde duque de Olivares, excluyó en un primer momento a Salinas de sus proyectos de gobierno aunque más tarde le destinara a la presidencia del Consejo de Portugal, reconociendo de este modo su larga experiencia de gobierno y su amplio conocimiento de los asuntos lusos.
Poco es lo que se conoce de la infancia de Rodrigo salvo las noticias que aportan los cronistas de Corte. Se halló en la significativa jura del príncipe Felipe (IV) en el monasterio de San Jerónimo el Real el 13 de enero de 1608. Acompañó a su padre a Lisboa en donde residió el tiempo que éste fue virrey. Se tiene constancia de que disfrutó de fama de buen caballero y jinete aunque no parece que heredara las cualidades literarias y el gusto de su padre.
Cuando contaba veintiún años se concertó su casamiento con Isabel Margarita Fernández de Híjar, sexta condesa de Belchite y heredera del ducado de Híjar. El padre de la señora era Juan Francisco Fernández de Híjar, III duque de Híjar, Lécera y Aliaga, Grande de España desde 1599, fallecido en 1614. De su segundo matrimonio con Francisca de Pinós y Fenollet, III condesa de Vallfogona y Guimerá, viuda a su vez del II conde de Morata, tuvo dos hijas, María Estefanía Fernández de Híjar, V condesa de Belchite, e Isabel Margarita. Las capitulaciones matrimoniales se firmaron en Zaragoza en presencia del arzobispo Pedro González de Mendoza, hermano del conde de Salinas, padre del novio. La boda, aplazada por la destitución del conde como virrey de Portugal, tuvo lugar a finales de 1622, siendo oficiada por el prelado aragonés. Desde entonces Rodrigo tomó posesión de los títulos de su esposa, siendo en adelante conocido como duque de Híjar. Su suegra, Francisca de Pinós, era partidaria de que la pareja residiera de manera permanente en Zaragoza a fin de atender los pleitos del ducado, abiertos tras producirse una sucesión femenina, sin embargo su yerno tomó la determinación de establecerse en la Corte, a la que regresó a principios del año siguiente.
La estrecha vinculación paterna con el anterior y postergado régimen de los Sandovales impidió a Rodrigo alcanzar el lugar que en función de los méritos familiares y de su calidad le hubiera correspondido. La indiferencia, cuando no el desprecio, con que fue tratado Híjar por parte del conde duque contribuyó sobremanera a que el duque se posicionara sin ambages del lado de los descontentos con su gobierno. Sus ansias de medrar, frustradas permanentemente por Olivares, irritaron al magnate aragonés condicionando muchas de sus polémicas actuaciones políticas futuras y reafirmando su profundo resentimiento hacia el clan gobernante.
Uno de tantos desaires y agravios aconteció cuando el duque exigió que le fuera reconocido el derecho, que desde tiempo inmemorial, gozaban los titulares del condado de Ribadeo de comer con el Rey el día de la Epifanía y recibir el vestido que el Monarca vistiera esa jornada festiva. El reconocimiento de su privilegio fue expuesto en 1624 pero el conde duque de Olivares se negó a complacerle pese a exhibir Híjar un razonado memorial. Quizá como respuesta a aquella demanda no satisfecha o tal vez como resultado de su enemistad con el valido, Híjar no formó parte del rutilante cortejo que acompañó a Felipe IV en su viaje a Andalucía aquel año. Al año siguiente, sin embargo, el duque tomó la iniciativa y acudió a Cádiz para participar en la defensa de la ciudad durante el ataque inglés. Aunque, significativamente, se ausentó durante la jornada real a Aragón para la celebración de Cortes en Barbastro. En representación de la casa ducal acudió Pedro Fernández de Híjar, probablemente por ser Rodrigo, a pesar de los títulos, extranjero en Aragón. Antes de aquel viaje se apuntó Híjar una pequeña victoria al serle reconocido el privilegio pretendido, comiendo con el soberano el 6 de enero de 1625. En años posteriores no consta la satisfacción de aquel derecho.
Las décadas de 1620 y 1630 transcurren lentamente para un duque ávido de oficios y responsabilidades de gobierno. Aquellos años son, sin embargo, vitales desde el punto de vista familiar. En 1624 nació su primogénito y heredero, Jaime Francisco Víctor, que recibió el condado de Belchite. El 15 de junio de 1630 falleció su padre el conde de Salinas en el ejercicio de sus funciones como presidente del Consejo de Portugal, que lo era desde 1626. Al año siguiente la duquesa parió una hija, Teresa Sarmiento de la Cerda. En 1632 consiguió la resolución favorable de los pleitos que sostenía sobre la posesión del marquesado portugués de Alenquer. En 1634 elevó un memorial solicitando un puesto de consejero de Portugal alegando los méritos de su padre y los suyos propios, y su sangre portuguesa. El 23 de julio de 1639 murió su tío el cardenal Pedro González de Mendoza, uno de sus mayores apoyos. El mismo año fue nombrado capitán de los Caballeros de Cristo, orden militar lusa de la que ya era caballero y comendador de Coruche y Soure.
El complejo decenio de 1640, inaugurado con las rebeliones de Portugal y Cataluña, trajo para Rodrigo su nombramiento como general de la Caballería de Cataluña, su primera responsabilidad de mando. Sin embargo, el duque se negó a aceptar el cargo al implicar servir a las órdenes del conde de Santa Coloma, con quien mantenía desavenencias por ciertos agravios intercambiados entre los linajes de ambos. En 1641, y para desmentir ciertas sospechas propagadas con dolo acerca de su posible deslealtad, el duque fue propuesto para varios cargos militares que debía ejercer en contra de los sublevados portugueses. Aunque para su desgracia ninguno de ellos se materializó. Sin responsabilidades ni obligaciones viajó a Aragón para resolver el pleito sobre el condado de Belchite contra Pedro Fernández de Híjar que pretendía se dirimiera la posesión del condado y del propio ducado de Híjar. Ambos asuntos los resolvió a su satisfacción. Al año siguiente finalmente fue designado general de la caballería en Ayamonte, cerca de la raya de Portugal, confirmándose de este modo la ausencia de sospechas que sobre su fidelidad habían surgido en la Corte, a propósito de sus vinculaciones con aquel reino en rebeldía por su título de marqués de Alenquer. En aquel oficio sirvió brevemente encontrándose de nuevo en Madrid en el mes de julio. Ese mismo año desapareció la duquesa, recibiendo Jaime, su hijo, la grandeza de España como heredero de los ducados de su madre.
En 1643 se produjo la caída de Olivares, siendo Híjar de los primeros grandes en acudir a despedir al valido y congratularse, sin escrúpulo alguno, en su presencia de su desgracia. La marcha del conde duque indujo a Rodrigo y a otros grandes a pensar en la posibilidad cierta de sucederle en la privanza del Rey, sin embargo, todos fueron desengañados por la rapidez con la que Felipe IV designó al sobrino de aquél, Luis de Haro, como su sucesor en el valimiento. La marginación con la que éste distinguió a Híjar y a otros que como él aspiraban a ocupar alguna presidencia de Consejo o a compartir el gobierno, desembocaría en breve en la implicación de una parte significativa de la nobleza titulada en conspiraciones que perseguían la caída del valido. El noble aragonés contó con la alianza de los Borja, encabezados en la Corte por Fernando de Borja, consejero de Estado y caballerizo mayor del Rey, y el cardenal Gaspar de Borja y Velasco, antaño aliado fiel del conde duque, para favorecer sus pretensiones al valimiento. También hizo uso el de Híjar de gentes de indudable ascendiente sobre el Rey, empero de cuestionables principios, como su confesor, el portugués fray João de Santo Tomás y de algunos supuestos visionarios como Francisco de Chiriboga, Francesco Monteroni y la influyente sor María de Jesús de Agreda, la monja confidente del Rey, para quien el duque era “ministro de buen celo y fiel servidor de Vuestra Majestad”. Tales alianzas, sin embargo, no sirvieron a su propósito que era lograr la salida de Haro.
Frustrado este proyecto porfió el duque por consolidar mejores apoyos. Su encono hacia Haro le empujó a pactar con los numerosos descontentos con el valimiento, como los duques del Infantado, Osuna y Montalto y el conde de Lemos, partidarios de aupar al primer ministerio al conde de Oñate. Estando el monarca en Zaragoza, digiriendo personalmente la campaña de Cataluña, y advertido por su valido de la intriga y de los fines perseguidos por los conjurados, encargó al presidente del Consejo de Castilla, Juan Chumacero y Carrillo, la detención de Híjar al considerarle el cabecilla de la conspiración. A consecuencia de ello el duque fue desterrado a su señorío de Villarrubia de los Ojos en marzo de 1644. Allí permanecería dos largos años con la única compañía de su hijo mayor. Sus ruegos para que se le alzase el castigo no ablandaron el ánimo del Rey a pesar de los numerosos llamamientos a su inocencia. Finalmente en 1646 se le dio licencia para abandonar su exilio aunque obligándole a no abandonar la corte durante al menos dos años.
Aquel tiempo permitió rehabilitar su reputación y alcanzar algunas de sus pretensiones largamente acariciadas. Fue nombrado gentilhombre de la cámara del Rey y miembro de los Consejos de Estado y Portugal. Tuvo ocasión de casar a su hija Teresa con Juan de Zúñiga Sotomayor y Mendoza, marqués de Valero, heredero del ducado de Béjar. Por lo que respecta a sus otros dos hijos, Ruy Gómez de Silva, tercer marqués de Alenquer, permaneció sin casar hasta su muerte, ocurrida en Béjar en 1680, y de Diego Gómez de Silva y Sarmiento no hay noticias.
En medio del enrarecido clima bélico y conspiratorio que vivía la Monarquía Hispánica desde hacía más de dos décadas y en el que las rebeliones de Portugal y Cataluña y las guerras en Flandes y Francia consumían los esfuerzos militares y económicos de la Corona, tuvo lugar una serie de acontecimientos luctuosos que confirmaron los peores temores, una posible secesión de Aragón, como antes había sucedido con Andalucía, y que ya se había cobrado dos piezas señaladas, el duque de Medina Sidonia y el marqués de Ayamonte, parientes directos del conde duque de Olivares. El 18 de agosto de 1648 y los días sucesivos se produjo en Madrid el arresto del exmaestre de campo del ejército de Cataluña y veterano militar, Carlos de Padilla. Junto a él se detuvo igualmente al marqués de la Vega de la Sagra, Pedro de Silva y Mendoza, hijo del marqués de Montemayor, y al propio duque de Híjar, el 6 de septiembre. Asimismo, se habían cursado órdenes de apresamiento contra el militar de origen portugués Domingo Cabral, en Sevilla, y contra Juan de Padilla, hermano de Carlos, gobernador de Bercelli, en el estado de Milán. Se acusaba a los detenidos de haber incurrido en un delito tipificado como crimen de lesa majestad y alta traición al conspirar, se decía, para aupar al duque de Híjar al trono de Aragón, con el apoyo de Francia.
La gravedad de las acusaciones obligó a la inmediata constitución de un tribunal presidido por el alcalde de Corte Pedro de Amezqueta e integrado por los jueces del Consejo de Castilla, Melchor de Valencia, Francisco de Robles Villafañe, Bernardo de Ipeñarrieta y Martín de Reategui. Las averiguaciones e interrogatorios, especialmente de la servidumbre de Padilla, evidenciaron el propósito del duque de Híjar de negociar secretamente con el príncipe de Condé a fin de lograr un acuerdo de paz entre ambas Coronas, mérito con el que pretendía asegurarse el primer lugar cerca del Rey. Para desarrollar la empresa los conjurados habían designado a Carlos de Padilla como emisario para llevar el peso de las entrevistas con el cardenal Mazarino. Se suponía que si Padilla fracasaba en su primer empeño ofrecería a Francia la cesión de Navarra y la Cataluña transpirenaica a cambio de su apoyo para entronizar a Híjar en Aragón. Por su parte, el luso Cabral habría conseguido el compromiso del rey João IV de facilitar asistencia militar a cambio de la entrega del reino de Galicia. Sin embargo, lo cierto es que pese a las declaraciones de testigos, Padilla nunca llegó a viajar a Francia y el duque de Híjar siempre negó su implicación en la trama. Las contradicciones a las que se enfrentaron los inculpados no hicieron sino complicar aún más la resolución del proceso. Entre las acusaciones que se hizo a los conjurados figuraban algunos crímenes ciertamente insensatos y de cuestionable certeza, como su propósito de acabar con la vida del Rey o sucederle en caso de fallecer sin descendencia, al tener derechos Híjar por su ascendencia del linaje real de la Cerda. También se llegó a afirmar que pretendían dividir la Monarquía en tres reinos, otorgando Andalucía al duque de Medina Sidonia, incendiar y saquear Madrid, suprimir el Santo Oficio e incluso raptar a la infanta María Teresa, heredera de la Corona, para llevarla bien a Francia, bien a Portugal, con el fin de casarla con Luis XIV o con el heredero del reino luso.
Pese a la negativa de los implicados a aceptar las acusaciones, Felipe IV fue inmisericorde ordenando su ejecución sin dar ocasión a aplazamientos y recusaciones. Carlos de Padilla y el marqués de la Vega de la Sagra fueron ejecutados en la Plaza Mayor de Madrid el 5 de diciembre de 1648, degollados por detrás, sin tener en cuenta su calidad nobiliaria, mientras Cabral era ahorcado en la cárcel. A los pocos días, el 12 de diciembre, el marqués de Ayamonte, Francisco Silvestre de Guzmán, preso desde 1641, y aunque estaba condenado a perpetuidad acusado de participar en una conspiración para sublevar Andalucía, fue decapitado, por detrás como a malhechor, en el Alcázar de Segovia.
El duque de Híjar, que había recibido tormento con el fin de arrancarle una confesión de culpabilidad, fue condenado finalmente a prisión perpetua por encubridor, al haber guardado silencio sobre una conspiración que conocía, a confiscación de bienes y cautiverio en las Torres de León. De hecho, y como había asegurado tras las torturas, había comunicado por carta a sor María de Ágreda el conocimiento que tenía de ciertas intrigas conducentes a la muerte del Rey o a la sublevación de algunos reinos. Tal y como puede leerse en su epístola conocía la conjura con anterioridad aunque no se atrevió a tratarla con quienes consideraba poco afectos a su persona, especialmente con Haro. Siempre aseguró, al igual que sus hijos, que el inductor de su desgracia había sido el propio Luis de Haro y su cuñado el conde de Monterrey. Para evitar sospechas de favoritismo, el Rey obligó a su valido a declarar en el juicio. Fallecido Haro en 1661 la suerte del prisionero no cambió un ápice. Híjar siempre negó las acusaciones de alta traición, por otra parte nunca demostradas, aunque pese a sus exhortaciones a Felipe IV, éste jamás accedió a relajar las privaciones de su cautiverio. Durante su encierro, el duque no aceptó acogerse a indulto como cuando en 1657 la Reina lo propuso con ocasión del nacimiento del príncipe Felipe Próspero, pues de haberlo hecho hubiera tenido que asumir su culpabilidad. De cualquier modo el Rey jamás perdonó a Híjar, al que sobrevivió cerca de dos años. Antes de morir realizó un último alegato de inocencia. El duque falleció en la torre de la fortaleza de León el 2 de enero de 1664.
Rodrigo fue rehabilitado post mórtem durante la regencia de la reina Mariana de Austria, en fecha desconocida aunque pueda situarse entre 1665 y 1677, al considerarse que el riguroso proceso judicial al que había sido sometido era “injusto, nulo, atentado y violento”.
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